LAS VÍRGENES SUICIDAS

DIRECCIÓN: Sofia Coppola
TÍTULO ORIGINAL: Mission: Impossible. The Virgin Suicides (1999)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Sofia Coppola; basado en la novela homónima de Jeffrey Eugenides
FOTOGRAFÍA: Edward Lachman
MÚSICA: Air
DURACIÓN: 97 minutos

 
       

Sofía Coppola tiene un don especial para cautivar al espectador con rubias protagonistas. Arma pasarelas en la pantalla, sucesión de belleza, pero que dista mucho de los desfiles de Victoria’s Secret o de la portada de Cosmo. En sus protagonistas hay una tensión interior, atisbos abismales, tormentas contenidas.

Belleza que duele.

Las vírgenes suicidas, su ópera prima, remite a la soledad teñida de tedio de Charlotte (Scarlet Johansson) en Perdidos en Tokio (2003), aunque en un entorno dramático más intenso, casi kitsch, donde muestra a un grupo de beldades, Lolitas de suburbio, seductoras que van a la iglesia y huelen a jabón floral.

La atracción áurea de las cinco hermanas no puede ser apagada por su madre,la archi religiosa señora Libon (Kathleen Turner). Ni por la evasión absoluta de su padre (James Woods), profesor de matemáticas en la escuela local.

Los narradores de la historia son los pubertos vecinos de la cuadra de una ciudad estadounidense cualquiera, en la década de los setenta. Prendados, las siguen con la ayuda de un telescopio, las espían por la calle, les llaman por teléfono para ponerles música almibarada.

Son los mismos que tratan de armar el rompecabezas, aún en la adultez: por qué Therese (Leslie Halman), Mary (A.J. Cook), Bonnie (Chelse Swain), Lux (Kirsten Dunst) y Cecilia (Hanna Hall) se suicidaron. Primero Cecilia, la menor, con 13 años de edad, en una fiesta de la familia. Y luego, meses después, casi simultáneamente, las demás.

La cineasta deja que sea el espectador quien resuelva el enigma. El filme es un pretexto para hablar del “mundo de las chicas” bajo la mirada masculina. Los chavos pierden la mirada entre sus cabelleras doradas, a la par del florecimiento de cinco mujeres y sus brillos de labios, sus diarios llenos de detalles de la vida cotidiana y calcomanías de arcoiris. “Las niñas son mujeres disfrazadas”, dicen, y hacen todo lo posible por llevarlas al baile de temporada, por ponerles corsages, besarlas bajo las gradas de las canchas deportivas o apresarlas en un automóvil.

Las cinco hermanas que propone Sofía Coppola —tomadas de la novela de Jeffrey Eugenides— representan la esencia femenina, que guarda muy pocas semejanzas con las cuatro protagonistas de Mujercitas (novela de May Alcott) que tanto ha influido en la cultura estadounidense. La declaración del despertar sexual es el principal diferenciador entre ambas historias. En todo caso, estará algunos grados más cerca de La casa de Bernarda Alba (pieza teatral de Federico García Lorca).

No puede soslayarse que la narrativa de historias de la pérdida de la virginidad o de la inocencia cobran tonos tan distintos cuando se trata de varones y de mujeres. Comedias como Anoche soñé contigo (Marisa Sistach, 1992) o La segunda noche (Alejandro Gamboa, 2001) divergen del tono dramático que infunde Sofía Coppola en su primera película, influida, acaso, por la sangre latina (la culpa y la virginidad) que corre por sus venas, la misma de su padre y productor de esta película, Francis Ford Coppola. Las imágenes de la Virgen María demostradas a lo largo de la historia así lo refuerzan.

Un grupo de promesas que mueren de asfixia moral en alguna ciudad norteamericana de los años setenta.

 
 
 
 
       

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