VUELO 93

DIRECCIÓN: Paul Greengrass
TÍTULO ORIGINAL: United 93 (2006)
PAÍS: Francia, Reino Unido, Estados Unidos
GUION: Paul Greengrass
FOTOGRAFÍA: Barry Ackroyd
MÚSICA: John Powell
DURACIÓN: 111 minutos

 
       

Héctor Campio López | @campiolopez

El cine comercial en Estados Unidos es grandilocuente al revivir sus episodios históricos. Es melodramático (muestra a damnificados llorando y abrazándose cuando su casa acaba de explotar), exagera las pasiones (si aparecen soldados, estos tienen el entrecejo fruncido y no se inmutan ante el bombardeo enemigo), es voyeurista (conocemos el desempeño del héroe en la cama), es hipócrita y patriotero (latinos, negros y blancos sufren la desdicha como hermanos). Sin embargo, estos elementos aparecen poco o nada en Vuelo 93, cinta del director británico Paul Greengrass.

La película se vende sola. Ansiosos por revivir la pesadilla cinco años después, los productores nos invitan a imaginar lo que pudo haber ocurrido en el vuelo 93 de United Airlines. En la historia oficialmente conocida sobre el 11 de septiembre de 2001, ese avión tenía como objetivo el Capitolio, en Washington.

Vuelo 93 es fría sólo al inicio, incluso aburrida. En la central de tráfico que monitorea todos los vuelos sobre el espacio aéreo de los Estados Unidos, vemos personal estresado pasando reportes, teléfonos que suenan en un enorme salón con pantallas y mapas digitales. En el entendido de que presenciamos los acontecimientos en tiempo real, conocemos los preparativos para el despegue del avión y es a partir de entonces, que la película cambia para bien.

El director se abstiene de elaborar relatos sentimentales sobre cada pasajero (el que espere ver un capítulo de Lost, que se abstenga de pagar el boleto); es poco lo que se puede saber sobre ellos, a mí me pareció reconocer a un adúltero, a un matrimonio de jubilados y a un hombre con problemas de oído. Todos ellos serán víctimas del secuestro del avión por parte de otros pasajeros, es decir, los que no hablan inglés.

No hay actores conocidos en el reparto. Uno de ellos, Ben Sliney, el jefe de tráfico aéreo, se interpreta a sí mismo en la fecha de su primer día de trabajo. Greengrass es cuidadoso al no proyectar nacionalismos en los diálogos y dejar que la historia se cuente sola, sin protagonismos de nadie. No juzga ni condena, aunque tiene la oportunidad para hacerlo.

La confusión en los escenarios en que se desarrolla la acción (la central de tráfico y el vuelo 93) reina a la hora en que tres aviones se estrellan contra el WTC y el Pentágono, se perciben expresiones verosímiles y el azoro humano en los protagonistas. Conforme transcurre la historia, el espectador se entera en qué momento se estrella cada avión, los preparativos de la inteligencia militar y el momento en que se le pide al presidente su autorización para derribar el último vuelo. Y si hay un acierto de Paul Greengrass es precisamente saber administrar, y saber relatar un caos para conseguir momentos de tensión muy efectivos.

Después de padecer las desmesuras y aspavientos cursis de cientos de voces que se pronunciaron en su momento sobre el 11-S y la exaltación del heroísmo de los muertos, Vuelo 93 ofrece una crónica imaginada con mucha sensatez sobre el avión que no llegó a su blanco.

 
 
 
 

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