Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Contra todo lo burdo que puedan parecer las comedias protagonizadas por Adam Sandler, creo que sólo dos de ellas merecen ser realmente calificadas como lamentables: El hijo del diablo (Little Nicky, 2000) y su más reciente cinta, No te metas con Zohan.
Adam Sandler no es en lo absoluto un mal actor. Ha sido congruente —y eso es muy diferente— con su decisión de hacer un cine que produce en lo económico; no tiene pretenciones de complacer a una crítica caprichosa y revanchista que generalmente descalifica su trabajo a priori. Sin embargo, creo que aun considerando la anterior, nada justifica lo pobre que resulta el humor de Zohan, que, más allá de algunos pequeños momentos, resulta dolorosamente mala y llena de excesos.
En el filme, el personaje es uno de los mejores agentes del Mossad israelí y un experto en cazar terroristas palestinos. Cansado de llevar una vida que nunca ha querido y hastiado en sí mismo de los conflictos en Medio Oriente, Zohan finge su muerte y escapa a Estados Unidos para perseguir su sueño que es convertirse en un estilista del nivel de Paul Mitchell.
Tratando de esconder su identidad, esta máquina asesina decide ponerse el nombre de Scrappy Coco e iniciar su carrera en un salón propiedad de Dalia (Emmanuelle Chriqui), una guapa chica palestina, a la cual salva de la quiebra, tanto arreglando el cabello como atendiendo sexualmente a la clientela, conformada casi en su totalidad por ancianas judías.
No está de más advertir que siete de cada diez chistes tienen que ver con los genitales del protagonista, mientras que el resto (mucho más simpático) se reparte entre el conflicto árabe-israelí y el hummus en la dieta judía.
Desgraciadamente, tal como pasó con Yo los declaro marido y... Larry, no falta uno de esos mensajes políticamente correctos en el que Estados Unidos se vuelve espacio para coexistencia pacífica de judíos y palestinos, de modo que ambos terminan uniéndose contra un enemigo común y erigiendo entre todos un monumento a ese momento histórico: ni más ni menos que un centro comercial.
Justamente, si hubiera que empezar a hacer un recuento de monumentos al mal gusto, No te metas con Zohan debe estar incluida en la lista. Hay un momento en que ciertos elementos se vuelven demasiado; el abuso verbal, el homoerotismo, las bromas raciales y sexuales funcionan en dosis precisas. Aquí, Sandler y compañía no saben cuándo detenerse. |