Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

La esperanza vive en mí consigue, a través de una historia honesta, algo inusual: recorrer el camino de una desgracia personal para doblegarse y quebrarse en el mismo punto donde el protagonista se reconecta con la idea de que su vida dejó de existir en un instante.

Cinco años después de haber perdido a su esposa y a sus tres hijas durante los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, Charlie Fineman (Adam Sandler), se reencuentra una noche con Alan Johnson (Don Cheadle), su antiguo compañero de la universidad, quien se ha casado y trabaja como dentista de cierto éxito en Nueva York, aunque su familia y sus responsabilidades le han quitado su libertad.

Conforme Alan intenta reencontrar su amistad con Charlie, descubre que éste se ha alejado por completo del mundo y que lo único que queda de él es un hombre abstraído en la música, que trabaja todos los días en redecorar su cocina, para rectificar una promesa nunca cumplida a su esposa.

La historia de Mike Binder hace más que activar el tema del 11 de septiembre como detonador de la tragedia. Los protagonistas reanudan su amistad a partir de pequeñas cosas que les permiten eludir los temas de los que no se han permitido hablar por años: el álbum The River, de Bruce Springsteen, las películas de Mel Brooks, elementos que aparecen a lo largo del relato como un pretexto que los lleva hacia atrás para no repasar el momento en que la vida se fue al demonio.

La esperanza vive en mí doblega sin trucos, no se permite las lágrimas ni los recuerdos de la familia perdida en una de las torres del World Trade Center, sino que deja su mejor momento para la sala de espera de un consultorio, donde Charlie cuenta por primera vez a su amigo sobre su esposa, sus hijas y la remodelación de la cocina.

Maltratado por una crítica que ni siquiera se molesta en ver sus películas, Adam Sandler consigue en esta cinta uno de sus papeles más decorosos como actor, paradójicamente lejos de la comedia, exhibiendo su mejor aunque muy poco vista faceta de intérprete serio.

Aunque llena de defectos, una película logra vaciar el corazón de un ser humano, no es poca cosa; en un momento en el que parecemos vacunados contra las emociones no prescritas por los canales de televisión, echar al público a la calle con un poco de tristeza y de desasosiego es increíblemente bueno.

Director, guionista y ocasionalmente intérprete de pequeños papeles, Mike Binder ha mostrado tanto en ésta como en su anterior cinta, Man about Town, que las cosas pueden hacerse de manera diferente. Reign Over Me fue anunciada como el tercer proyecto para la pantalla grande —después de Fahrenheit 9/11 y World Trade Center— en torno del fatídico 9/11. Previsiblemente fallida de haberse centrado en los atentados, la apuesta fue mucho más rica, llevando el drama a su origen micro: la vida cotidiana y las cosas que cambian nuestra vida para siempre; el dolor humaniza. De él surgen las reflexiones más valiosas sobre el significado de la vida; el humor mismo sólo adquiere sentido cuando se constituye en tabla de salvación de la tragedia.