Julián Andrade | @jandradej
Miss Bala, la película de Gerardo Naranjo, está provocando una interesante discusión sobre los grados de complicidad que existen en la sociedad alrededor del fenómeno del narcotráfico, pero también de los niveles de extorsión que se establecen para lograr colaboración y protección.
La historia de una aspirante a miss Baja California, Stephanie Sigman, da cuenta de cómo estamos cerca de los narcotraficantes y de las posibilidades de caer en sus redes ante la ausencia de la autoridad o la franca complicidad de ésta con los propios criminales.
Sigman, Laura Guerrero en la película, es testigo de una masacre de agentes de la policía. Buscando a una amiga, que también estaba en el lugar de los hechos, comete el error de acudir con un policía municipal, quien en lugar de ayudarla informa al jefe del cártel de la región. El narco, interpretado por Noé Hernández, le perdona la vida pero a cambio la introduce en su propio mundo y la hace víctima involuntaria, hasta cierto punto, de una larga serie de hechos delictuosos que culminan con el intento de homicidio en contra de un general del ejército.
Miss Bala da cuenta de esa franja de apoyos a los criminales que son posibles sólo en el contexto de la ausencia del Estado y por la enorme desconfianza que provocan las propias policías. Todo el mundo es responsable de sus actos, pero la autoridad y la sociedad deberían proveer al menos de la posibilidad de la alternativa.
No se trata de una coartada, sino del profundo drama mexicano, en el que una franja relevante de los criminales responde a fatalidades sólo explicables por problemas institucionales crónicos.
Naranjo logró un buen retrato de una sociedad que es presa de la guerra entre las bandas de delincuentes y la del propio accionar de las fuerzas de la ley. El tema de fondo es que los ciudadanos no tienen a quién acudir y que la denuncia se vuelve un asunto tan inútil como peligroso.
El riesgo, en efecto, es que esto lleve a una especie de complacencia, que es la que explica el profundo arraigo de los narcotraficantes en algunas regiones del país.
Naranjo apenas esboza historias que han marcado los últimos años, si no es que décadas, como el asesinato de un agente de la DEA, acusado por los propios bandidos de ser cómplice de otra organización igual de funesta.
El mérito de Miss Bala, como antes de El infierno, de Luis Estrada, es tratar de ir contando una de las épocas más violentas y confusas de la historia de México y que, a diferencia de otras propuestas, como Tráfico de Steven Soderbergh, no tienen ese tufo antimexicano, muy poco informado, que tanto gusta en algunos circuitos y ambientes.
* Julián Andrade es periodista. Escribe la columna "Marcaje Personal" en La Razón y es autor de La lejanía del desierto y Asesinato de un cardenal. |