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Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Impresionante y al mismo tiempo fallida en su trabajo de efectos especiales, donde está depositado buena parte de su atractivo, Oz, el poderoso es una suerte de elogio del estafador, el tipo fatuo, sin disciplina y con un puñado de trucos que se agotan pronto. Más grande y más espectacular que El mago de Oz (1939), de la cual pretende ser precuela, la cinta de Sam Raimi no logra, sin embargo, hacerse de un lugar por derecho propio.
El prólogo, filmado en blanco y negro, ocurre en Kansas, el lugar donde originalmente se inicia la historia de Dorothy. Es 1905 y Oscar Diggs Oz (James Franco), un ilusionista que engaña a la gente con trucos baratos y un sinvergüenza que ocupa la mitad del tiempo en huir de maridos celosos, se ve atrapado por un tornado mientras intenta escapar de una de sus fechorías en un globo aerostático.
La tormenta lo lleva al reino de Oz, donde la película literalmente explota un espectáculo visual de escenarios fantásticos y colores encendidos que se apoderan de la percepción, pero no logra esconder una trama floja en le que siempre es posible adivinar el siguiente movimiento.
Confundido con el redentor destinado a terminar con la tiranía de una bruja mala, Oz es el arquetípico personaje egoísta que sólo se importa a sí mismo, un profesional en decepcionar a los demás, aunque siempre le queda un algo de decencia que lo lleva a hacer algo asombroso cuando nadie espera nada de él, y le impide ser un completo desgraciado.
Y es que Oz es un charlatán, pero sabe de magia real; su admiración por Harry Houdini y Thomas Alva Edison, también conocido como el Mago de Menlo Park, le ayudan a convertirse en eso que no se atreve a ser. Pero en el fondo, el protagonista es una copia de Dorothy, perdido en una tierra extraña con otros personajes que a diferencia del Espantapájaros, el León y el Hombre de Hojalata no buscan un cerebro, valor o un corazón, sino amistad y una familia.
Diseñada para el asombro visual, la cinta, sin embargo, exhibe recursos de muy baja calidad en la animación digital de algunos momentos y la caracterización de Mila Kunis como la versión temprana de la Bruja Mala del Oeste, con un pésimo disfraz de Halloween.
Tanto ella como las otras brujas encarnadas por Rachel Weisz y Michelle Williams se notan por debajo de lo que suelen dar, acaso porque trabajan sobre un guion que exige poco y que no se atreve a reinventar. Entretenida colorida y vistosa (no hay que regatearle eso), la película de Sam Raimi comparte con Alicia en el País de las Maravillas, de Tim Burton una estética muy particular, dos o tres personajes excéntricos, pero mayormente un historia un poco pobre.
Dicen que la secuela con Judy Garland promete ser mejor. Dicen. |
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